Caía la
tarde lóbrega
como
una dulce mano
a
rozar los tejados,
con
hilos de aguaceros,
algodones
y plumas,
obsequios
del universo
que
sus joyas le donaba.
Parecía
un concilio de aves
en los
delicados brazos del viento,
mecida
en la cintura
de
ramas claras
con
hojas de lana borrega.
Un
beso sutil de agua trémula
cual
si el sensible cielo lagrimeara
esferas
diáfanas
destinadas
a disipar velos de bruma.
Un
lento bullicio
húmedo
diluido en los poros de la tierra,
donde
los surcos torrentosos
son
caudales de sangre que alimentan
la madurez de los frutos en
el planeta
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