Me
embaucan
los
cristales del espejo
con
trisadas imágenes
que
aún recuerdo.
Recónditos
estrechos
donde
el amor vivía en mis manos.
Blandos
arrecifes golpeaban tu sangre
con
mi sangre.
La
ruda tempestad oceánica
abría
tinieblas que aclaraban con tu nombre.
Dulce
primavera en destello,
en
el curso de azules estrellas
la
noche tiene la sencillez
resoluta
de la ternura.
Cuantos
labios transitaron
antes
de tus labios,
se
minimizaron perfumando mi boca,
más
no sembraron señal alguna
que
trepe tu aroma a frescas margaritas.
Pétreas
decisiones al golpe del martillo,
en
el desvarío del camino
la
resurrección de tu huella
en
este cuerpo clandestino,
donde
estelas de fuego trae la recia tarde
bordando
mis labios con hilo de tu estambre.
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