miércoles, 1 de enero de 2014

EL ACTO CONCEBIDO


Corazón mío, ahora tuyo.
Renovada amaneces en la espiga
sonriente cual girasoles
helicoidales.
El mediodía te halla con la artesa
de la harina bien tratada
y en piñones de perdiz silbas
con gola de silueta.
En ti trocó la tierra
sus gránulos de fortalecida gleba.
El sibilante murmullo de la brisa
acaricia el pastizal y
se hace errabundo paso en la llanura del trigo.

En ti cantan los ríos que circundan la piedra.
Nada es prisa en tu rostro vívido cuando
se deshoja el maizal y asoma el cuerpo del marlo.
Eres como la ritual liebre en su hora de siesta que
despierta al inicio de la tarde fatigada y
equipa su andar anochecido.

En el horizontal nivel de tus aguas de selva
mis muslos salvajes de potro te atenazan,
el niño pateando inquieto en tu vientre
 es el bien adquirido
que estalló del más profundo hueco
socavado en tus entrañas oceánicas.
Me quedo contemplando tus ojos salinos,
ahí donde la marea amarra en puerto seguro.

En plenitud de ocal manzano
 mido la proximidad de tus esteros.
Reposo los vellos del pecho
sobre tus turgentes pezones,
ápice de tus senos que alimentarán
el hijo del sueño,
sin ser testigo del acto concebido.


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