Eres el tallo erecto de mi columna,
el amuleto que derrumba mi calvario,
la luna plena en mis cerrados ojos
donde aposento mis fracturas.
Me cobijo en las rendijas
de tus éntresenos y
bebo copas de tus estepas
que bajan en morado alud por tu pecho/
Tu pecho,
esa flor que incita al recuerdo,
lámpara que ilumina nocturnas nieblas,
licor depositado en el labio del beso.
En sápida lengua son dulces peras,
cúspides con tinieblas que no asustan.
Libo los cerezos hasta el último despojo
y tu gimes como un vivo cuerpo
en collar de rosario.
Entramos en un invierno de hojas verdes
estacionadas al sol de estío,
un combate de panteras bravío
que evoca el Medioevo,
piélagos que se anudan
en una larga y vaga sombra/
Naufrago tus madores de aguas puras,
en la barca de mis palmas está el destino
de anclarte en mi puerto hasta que la
espuma haya envejecido.
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