Me gustas cuando estás colmada de
palabras
y en cada silaba que sueltas florece una
caricia que me toca,
como una corola amplia o un rosal
abierto.
Es la seda de tu voz la condescendencia
armónica
en las teclas de un piano que desde el jardín
entra notas que palpitan.
Arena y cielo cortado el velo en las
turquesas
prístinas,
culminantes colmenas cortadas en las vendimias.
Tu mano tocó sílabas que tintinean, copas sobrevoladas
por abejas ambarinas.
Eres bóveda que declina de las nubes
hasta mis manos
y te enroscas capsula celeste, al aire
sueltas sonatinas
declamando que a mi oído llegan como lene
pluma de ventisca.
Tan sencilla eres, hoja que arrastra la
brisa en otoños derramados.
Me place oír tu melódicas campanillas con
sonar de cascadas amatistas.
Te distiendes al alfeizar cual una
planicie de oro verde
y en puntual precisión por tu palabra se
expresa la ternura,
en la hora unísona cuando repican trabajosas
campanas.
Bajo el rigor de rociadas lunas opalinas
la noche desliza sigilosa,
fausto olor salvaje suelta la madreselva
florida.
Es tu gola húmeda los lindes de
expansivos regueros añiles,
en la noche apagada despiertas, grácil campánula,
resonantes compases de mixtura.
Tonos parduscos y azules del anochecer
en suaves flautas pastoriles.
Curva sutil, desnuda rosada, cuando nace el día te metes en subterráneas
raíces veraniegas, seduciendo mis laberintos violáceos,
presunta sensación, colmado el espacio.
Llama
simple como un anillo en la noche
iluminada, callada constelación.
Tu
palabra es la estela de un cometa satinado,
tan
cercana y tersa como la piel accesible de tus manos.
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