Anduvo
la muerte rondando mis blancas calles,
con
su ronca voz de negra parca
preguntó
por mi ausencia.
Fue
la vida la que dirimió su duda
respondiendo
sobre mi estancia,
con
la calma palabra,
anunció
mi presencia en los verdes valles.
¡Ella...
La muerte!
Retiró
su filosa guadaña, caminó con su pata de palo
y
su parche cruel de pirata buscando otros quehaceres.
El
viento sopló mi celeste ventana y
expulsó
su fantasma hasta los marcos implosivos...
El
árbol amigo de los años
estiró
la pólvora de su rama
y
guardó la dinamita en la corva alforja de la
Valkiria.
El
sonido del ave dejó su canto de espera futura y
colgó
su ley de pergamino en hoja.
Y
ella...
“
ella”... Se fue vacía...
Vacía
de mi alma, sus huecos y montículos.
Guardó
el negro chuchillo,
su
lápiz rojo de meretriz defectuosa y
pintó
la raya en otras baldosas.
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