Ella que peregrinó
el tiempo de los verdes pinos
en la hora del celeste acacia,
llevó sus ojos de fantasía
con ígnea nitidez de lava.
En el orbe expone su figura de carne.
circula al incipiente ocaso fuentes de
plazas
nocturnas y transita con sus pies de
agua
rúas con afanes
donde se obnubila giran reflejo de
cristales.
Sonámbula y con hambre
camina tras su sombra y
en cada paso diluye una aurora.
Señora de nadie.
Dama de Alguien.
Ha rentado su mortaja eterna
en el oneroso menú de las tinieblas,
cuando abre la puerta de su loft
entra primero su soledad de alma que
inverna,
diseña pálidas guirnaldas en lápida
anticipada.
La noche entra con sus muertos
por las ventanas,
el aire desvencijado de sus amores
huye sin saludo
por la escrudiñosa mirilla de su
portada.
Su corazón se hizo madero de violín
incierto,
rasgando su arcón en la ópera
donde cantan las serpientes su
emboscada.
Los ángeles amanecen derrumbados al
espejo
y se diluyen al giro de su cuello en
reflejo.
Su desértica mirada se torna aislada
en la planta plástica de clorofila
inventada
y siembra su maceta sarcástica.
La anegada riada en sus lágrimas
sueltan brea
y el balcón acopia su tristeza
maculada.
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