ALGUIEN... (RICARDO ALVAREZ).
Ella
que peregrinó
el
tiempo de los verdes pinos
en
la hora del celeste acacia,
llevó
sus ojos de fantasía
con
ígnea nitidez de lava
incrustada
en el mar.
En
el orbe expone su figura de carne.
En
la diaria fuente de plaza
las
ruas con afanes
giran
reflejo de cristales.
Sonámbula
y con hambre
camina
tras su sombra y
en
cada paso diluye una aurora.
Señora
de nadie.
Dama
de Alguien.
Ha
rentado su mortaja eterna
en
el oneroso menú de las tinieblas,
cuando
abre la puerta de su loft
entra
primero su soledad de alma
que
inverna y
diseña
pálidas guirnaldas
en
lápida anticipada.
La
noche entra con sus muertos
por
las ventanas y
el
aire desvencijado de sus amores
huye
sin saludo
por
la escrudiñosa mirilla de su portada.
Su
corazón se hizo madero de violín incierto,
rasgando
su arcón en la ópera
donde
cantan las serpientes su emboscada.
Los
ángeles amanecen al espejo y
se
diluyen al giro de su cuello en reflejo.
Su
desértica mirada se torna aislada
en
la planta plástica de clorofila inventada
y
siembra su maceta sarcástica.
La
anegada riada en sus lagrimas sueltan brea
y el
balcón acopia su tristeza maculada.
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