Los labios húmedos y abiertos de los
casales
soplan bocanadas de humo,
sombras albugíneas amparan las
siluetas
y al fondo de la calle se aclaran
adjetivos.
Desde las alturas los candiles de
Selene
capturan la esencia de los gestos,
nada interesa al momento sutil la
comprobación rotativa del planeta,
ni los ejes gravitacionales que
influyen las estaciones secas,
ni las ecuaciones piramidales de los
Incas.
El anhelo del amor deletrea
madrigales secretos de tierna estructura.
Las lenguas de agua se posan sobre
pétalos de madreselvas,
el cielo derrite su escarcha y astros
de cerillas contemplan vívidas escenas.
Ella capta el contenido indivisible
del amor sereno
y en una copa de hierba se abre la
cicatriz pasionario del pulsante veneno.
El, tan cercado de palomas y fatigas,
suelta los alambres de las llamas
y con suspiro de locura embravecida
integra su cráter eruptivo,
descorchan lava sus dedos poblados de
pájaros Incisivos, se despeña
el espíritu del licuado delirio.
Noche de acrobacia poética, implica
el compromiso la inserción
de las bocas, las falanges flexibles
del regadío
expresan romanticismo floreciente, un
enero febril
punza la luz que les presta el
universo
y juntos brillan como perladas joyas
ambarinas,
resaltan trazos fluorescentes,
quinqué de luciérnagas
introducen en los huecos del aire la
sustancia sensitiva.
Rasgan violines cuerdas variables de
Melopea,
una alondra de cuarzo anida los
labios
y palpitan las miradas en la cima del
fuego.
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