Que lozanos los ojos que ven con fresca alegría
la hermosura de tu encanto que acrece y
regresa
al cubil impenetrable donde reposa el mediodía,
colmado de voraces apetitos donde se tienden
rojas fresas.
Mujer amada, pletóricos de verdes
alientos nos ceñimos,
gruesos ababoles instalan leoninos
tintes en nuestras bocas,
un aluvión solar resalta los cintillos pimentales de tu
cintura
y con guirnaldas de trementina nos orna
la nobleza del pino.
Somos el origen esencial del trayecto
que cíclicamente se inicia,
la bella forma que con gracia descorre
los visillos en la alborada.
Este amor forjado de luces supera
pedregosas penumbras,
oscuros desánimos, plomizos instantes
de lunas enrarecidas.
Germinan entre las manos gráciles y pródigos
pétalos,
con hiladas de violetas urdimos
plumajes de ternura.
Sometimos el fragor de las pieles en
hogueras fueguinas,
una ringlera acuosa invadió las ánforas
labiales que se seducían,
con la fuerza natural que hechiza el
enigma de los instintos.
Empuñamos un cordel de trigo
explayando las líneas que hoy leemos,
trazamos púrpuras sueños transcurriendo hojas del tiempo.
Bajo el domo de las pérgolas templaba
sus pábilos un cuarto de luna
mientras describimos los velos del
romance con los cuerpos en celo,
y así, con la alegría del
alma unida nos catapultamos a la tierra de lo incierto.
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