Honro
esta tierra mía
que
con fecunda semilla brotaba
el
cuerpo del elote,
fortaleciendo
mis manos
de
labores torpes.
Ha
visto sudar mi paso,
desde
mis pies de niño
hasta
el hombre bien armado
de
argumentos
migrando
a la plaza del Capitolio,
a rebatir la ciega balanza
de
la tiranía con camisas blancas,
lodo
de acequia en las zapatillas.
Al
peregrinar se sumaban
voces
con enfado,
tras
tristes ojos pueriles
llorando
la partida,
Negras
boinas con puños elevados,
el
retumbe explosivo del cacerolazo.
De
regreso homenajeé a esta tierra magna
por
haberme dado tanto sin pedirle nada.
Me
cedió el espíritu del licor embravecido,
el
sosiego del agua entre los surcos de sus mejillas,
la
garra del tigre acorralado
y
un cabello de trigo sobre los hombros de mi amada.
Nueve
lunas de vientre inflado
hasta
la erupción del vástago acunado en los brazos.
Lentamente
sus ojos se iban cerrando
al
dulce repique de viejos campanarios
en claro amanecer esta tierra multiplicó sus
hijos.
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