El
epicentro medular de la ciudad
muere en
los afilados dientes
de una
jungla metálica edilicia.
Vago crujir
a chatarra perpleja,
fabrica el
herrumbre balas que silban
en los
metales sin nombre.
Cercena la
cercanía los puentes en derrumbe
y la
plástica opacidad de la tecnología
gira las
aspas en los molinos del viento.
Proclaman
la sonora relevación
sinfónicos
violines gregarios,
aglomeración
múltiple de clanes en decadencia
impropiamente
dialogan en el siglo de las torres
donde el
alma sucumbe en pandemia solitaria.
La última
versión del desgarro
en sepias
hojas de papel narra
paradigmas
aflictivos en desolación inesperada.
Ese
lánguido existir en la oscuridad
observa la
dirección del advenimiento lumínico.
Entonces
cae en la realidad la ausencia,
territorio
murceguillo evoca
pertinentes
puntales de su lote,
establece
planisferios derivados del vidrio,
prolongación
acotada, desmesura loca,
hipoteca la
razón su arrogante vanidad.
En el azul
cristal habita el sueño prohibido,
la cabeza dentada
mella el canto del mirlo.
Cuando lo
onírico se apelmaza en pétreo camalote
el hombre
retoma el rumbo que desinstala
pátinas
clavadas en la ausencia.
Cuando el
hombre escucha el lamento del mortal
en bravo
salto gravita al precipicio
y recoge
estrellas que el cielo había perdido.
El humano
solidario en su especie
con mano
benévola comparte con el congénere
pesadumbres
que desguazan el peso colosal de sus moles.
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