Dormías viejo ciego bajo un cenador de luna
anticuada
contra los muros donde se oculta el sabio
silencio,
donde los ruidos del día aturden como campanas
y regresan colores de gaviotas en tu mar
desierto.
Las hendijas del aire tenían pórticos celestes
sus ventanales reflejaban cristales de
Copérnico.
Primitivos pájaros del aire capturabas tu
desvelo
mientras te mecían brazos del sigilosos de
cipreses.
En las líneas paralelas donde se aúnan posibles
verdes
forjados en décadas frías donde imperaba el
acero
y tus pies de intemperie en glaciares prisiones
roídos por soplos errabundos del viento.
Aun cuando tu paso era huella de tropelía
pesada
y blancas banderas flameaban tus retinas viejo
ciego
aguardando un pie desconocido desemboque su
paso sorpresivo
palpitando ensueños de disturbios que el andar
sosiego calma.
Extendida tu modorra te sentiste participe
oceánico de marea,
aun ella te llamaba como caracola acústica en
redundante eco.
Saboreaste aristas de laminadas fresas con ojos
de noche ciega
en los enigmáticos recuadros donde se pliegan
los trayectos.
En el recóndito rincón de tu cubil semejabas al
niño que naciera
con descalzos pies para la tierra, te guiaron
bestias mansas del ocaso
en un laberinto de auroras cual si fuese el
camino que conocieras,
en el alborozo de nueva vida reposaban imágenes
de pasados fracasos.
Destrabaste las celdillas aceradas de tu propio
secuestro
y viajaste donde refulgen relámpagos del
misterio.
desenvuelta la sustancia de tu boca fresca,
viejo ciego te hundiste en el pecho de tu amada
y como sutil animal en celo libaste miel que
sus labios derramaban.
De LLUEVE EL VIENTO
EN LOS TEJADOS- a publicarse julio 2019 - Ed. PALIBROS - N.YORK - EEUU
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