Noche veraniega pulsa la brisa
hojas del ramaje donde los ríos
empujan sus caudales fecundos
y en el aliento de su boca estalla el
fruto maduro
perfumada de azahares y duraznos paradisiacos
De profundas napas emergen sumergidos
labios de tierra,
en la penumbra son astillas de
estrellas,
lenguas de sales sobre espejos de aguas
sonámbulas
donde se ahogan astros iridiscentes.
Tierra que a mis belfos toca, tierra
molde de arcilla,
suave sopla el viento los rosedales
y en tembloroso jadeo
cimbran los ejes del cuerpo funámbulo,
respira como un hueco de aire apretado
y sobre el lomo de una ola desnuda
se retuercen ágiles las piernas azafranadas
entre nubes volátiles y espiras de
amapolas.
Roza la orilla, náyade triunfadora,
corazón que nace y late bajo la espesa fronda,
laminar más dorado que la panoja del
trigo Fausto.
Bronceada piel de infatigables resolanas
me subyuga tu mirar de cobrizo almendro,
habítame
con la tersa presencia y el linaje de tus manos de raza,
atráeme
a mi boca tu fanal libélula plena de encanto.
Quiero
ser un pétalo de asperjo en el delta donde concurren tus labios,
labios donde el cielo llueve rocío y se bañan los abetos,
fluyen ríos sosegados como aves de trópicos, y cántaros
de nuevas lunas
contienes savias de cortezas delicadas.
En esta placida noche veraniega, hecha
de ríos y orillas mojadas,
me enredaré entre los hilos de tus saltos
milenarios
allí donde los manantiales originan la
nitidez purificadora de sus aguas.
Sentiré que en ti abrazo todos los
cauces planetarios
y no habrá más estatura que los velámenes
de tus parpados.
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