Solo
el crepúsculo recorre este camino
de
espadas donde la voz del ave
prieta
en penumbra se esconde.
Ha
enmudecido el graznar del cuervo
En
el ramaje,
la
alameda del bosque
se
viste de rayos y libélulas,
dos
flamencos llegan del estanque
al
lago azul donde se destemplan los sables
y
sobre las altas cúspides
la
luna es platería, jardín orfebre
entre
metales relucientes.
Un
felino ruge bajo la sombra,
desconoce
que un hombre
desgarró
su llanto en pre-noche
y
sobre el mármol, la lapida
insensible
es borrasca de gris espesura.
Solivianta
la boca el roce de átono gutural ismo.
Algo
vaga desorientado en pasillos de existencia.
En
este jardín informe quizás las fosas terrestres
nos
vieron vencidos y gusanos roedores de muerte
apetecen
carne del herido.
El
despertar del alba pronuncia tronidos
de
huracanes y relámpagos,
este
tránsito pensativo
dirime
la convivencia concordante
de
solidarias comunidades.
Todo
adolece de brillo propio
en
ascético aislamiento,
la
rama regresa a su tronco esperanto
cuando
la reflexión se abre en abierto dialogo.
Leales
seamos ante catastróficos relatos,
que
se encorven las tizonas
en
las manos negras que ensucian copas.
Que
no sea nuestra flujo el caudal en derrame
de
enfrentamiento vanos.
Vengan
huéspedes cosmopolitas
que
juntos anden nuestros brazos,
enumerando
papiros de rosas
que
su tallo con espinas
persiste
hasta la última aurora.
Si
no seremos garzas irreflexivas
parados
en una pata veleidosa.
Herrumbremos
relejes acerados,
y
que mitones mugrosos ardan en llamas.
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