De
mi tierra al cielo
eres
como el anillo del crepúsculo
montado
sobre una nube,
en
guirnaldas amarillas bajas de cerros,
traes
alegres flores,
almendros
silvestres en tos belfos.
Cestas
de mimbre con los colores
de
infinitos sueños.
Lúdica
pobladora,
compañera
que juega
con
las lentas luces en el tablero del universo.
Yo
te sigo amando más
que todas las flores vestidas en los rojos
campos.
Cavadora
nocturna de mis ojos
eres
la mirada
de
la luna cuando robas mis orbitas.
Hemos
visto estrellas de fuego besándonos
hasta
las sienes consteladas
en
un brisa salvaje que nace a la orilla del loto.
Mi
murmullo garua sobre tu cabeza,
ahí
donde hemos girado en hélice
los
negro copos del ocaso,
llevándose
sus hojas de luto
cuando
emergimos de pozos profundos
gritando
del vientre de la tierra.
Con
dos manos de ensueño gravitamos
en
el peso de la gleba,
Clamaba
mi boca la pertenencia de tu silueta
que
del tiempo de la marca en la roca
ya
amaba el sonido de tus campanas y
postura
de tu cuerpo nacarado.
Tu
eres dueña de mi universo terrenal
porque
mi vida late
en
tus manos de abano rodante.
Con
ese tejido de mallas cosido en tus manos
me
atrapas y
en
tu boca de silencio dejo besos de piño,
tan
dulce como la trementina que suda entre tus colinas de abra.
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