Bajo este cielo nos amamos,
sin recordarnos si el pelo era blanco
y los ojos verdes,
Porque en este cuarto lúgubre
sobre la cima de los altillos
todo era arco iris confuso,
desorden de figuras sin lumbre.
Pero las pieles tenían sed profusa y
poseímos la humedad de los labios,
como dos esponjas insaciables.
Todo quemaba en los cuerpos,
ardían los fuegos de cercabas tumbas
donde suspiraban los muertos,
otrora habitantes pasajeros del
cubículo.
Veía la voluptuosidad hasta en el
escote de su ombligo
como sustancia de frutos para mi
hambre.
Yo no era culpable, ella no cesaba de
cortejarme.
Al clímax de la noche entró la luna
en concilio,
con sus proverbios, sus dichos y
entredichos,
promesas de pureza que no cumplimos.
Nos bebimos los rojos vinos de la
sangre
y por las bocas nos embriagamos
sensuales.
Mutuamente poseímos la anatomía del
amor,
hasta la luz traía besos llameantes y
en esa claridad nos descubrimos como
amantes,
color de pelo u ojos ya eran letales,
fogosos consumimos hasta la última
línea de la sombra.
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