Execrable
sea el alma descarnada
del
que atiza la carne al extremo
la
inyección de morfina congelada
y
las vírgenes dentadas del averno.
Maldita
sea la árida tierra con arrugas,
la
infamia del dialecto frágil en el verso
el
aleve tenaz que aplica la ley verduga
sobre
el terrón del dedo en el incienso.
Condenada
la púa que enristra al compañero
la
soga que asfixia la gola libre de palabra,
los
puertos fúnebres sin afán ni amarras
las
teclas negras del clavicordio maltratado.
La
uña que pulsa la nota hasta la aguda llaga
y
la vida borracha girando el carrusel ajado,
el
celo de rabiosas gatas aromadas con veneno
y
el agravio de la vena supurando su hierro.
Después
de todo a quien no lo atizan las asperezas
en
los vagos hemisferios de herrumbre es la hambruna.
una
negruzca noche de niebla disuelta en la bruma
allá
donde el ojo único de niebla se eclipsa.
No
me vengan con llantas de piedra o goma maciza
o
el misterio sublime con el éxtasis de la turba
que
este camino futuro angosta la trayectoria de su briza
y
cada estómago resiste tragar la suela en la lucha.
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