Solo pido tu dulce mano para
entrar por las puertas
de tu mundo con trazos de
agua celeste y corales.
Acariciar el durazno zurcido
en tus palmas gruesas
y al envés de este paisaje,
dulcísimo néctar, azúcar morena,
de su sostén dependen las
variables en la excéntrica legua,
cuatro estaciones donde eres
mi primavera perfecta.
Escucha cantar el gallo al
fondo de mi palabra que te nombra.
No me incumben ni pregunto
por las cuestiones de la nieve
solo quiero saber donde posan
las golondrinas su aleteo migrante,
en las pérgolas de tu escote
o en que balcones de tu cuerpo
volverán a su regreso
consorcios de exótico plumaje.
Grábate el retrato de mi
rostro y la nariz de tótem que se prolonga,
estas dos canicas coloridas
profundas que resaltan del fondo
de las órbitas y bajo una
lluvia de lava constante, sobre el alfeizar, tómame como estatua de marmóreo
bronce o gelatina en acrobacia.
Sabes que adoro tus largas
piernas de sabores frutales,
solo pido las llaves de tus
pórticos y las ventanas de tus cristales.
¿Donde van las nieblas en
anuarios de tiempos que no mueren?
En esos prados conjeturo hay
algo que moviliza músculos labiales,
puedes, por razones selectas,
ser el tramo que urde mi dedo con tu aire
y en este nación terrenal al
sedoso durazno de tus falanges
lo sostengo con la yema
rojiza del membrillo, sapidez de tu arte.
Como un jirón de viento que
va a hundirse en la luz con los haces del día.
Abre tus puertas, amor de
toda la vida, no dejes ni una minúscula sombra
en las hojas de otoño espeso
que en su llama arden en lapsos invernales, sitios donde las agujas se
paralizan bajo desfiladeros menguantes.
Alto cerro brillante,
acequias que solo mis dedos conocen las varas inestables de tus periodos
climáticos, vaguada y llanura florida.
Sables del río a la luz del
incendio, por mi boca soplan su flama,
renacen ascuas de anales en
todos los parajes que esfuman las neblinas
y es la aceptación de tu
dulce mano continente que me abarca.
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