Hoy
me digo mañana
ejecutaré
estos menesteres
y
mañana seguro diré
me
ocuparé ver de aquellos quehaceres.
Mientras,
el tiempo tras mi espalda
se
ríe con ironía humillante.
Ya
no puedo contemplar el fulgor que acecha
en
la malsana descripción de esta espera
en
tanto la turgencia del contorno envejece con su pena.
Ya
no puedo prescindir de ardides
ni
oscuros artilugios en el antro que llueve
las
gotas limitan con su fango de yeso
como
si el minuto tieso
se
escondiera en el alma que late
y
un lento corazón bombea la postergación de la sangre
que
agiliza las venas.
Aun
lavando mi cabeza en la transparencia
de
una imaginaria fuente
en
esta dilatación de espera
me
nutre un círculo espeso de frágil paciencia.
Me
siento como un lebrel perseguido por el galgo,
febril
y lánguido reloj de arena espesa
que
al despegue del vuelo el espíritu en deterioro no vuela,
la
instancia perpleja me sumerge entre combate
de
piedras y algodones gastados en evos.
La
permanencia pesada del estático cuerpo
absorbe
la húmeda quietud de las paredes que su tinte esperan
y
en cada giro de hora cuando el pájaro del madero sale de su cueva
trina
sobre mis huesos la espesura del gastado tiempo,
en
el exacto compás la clepsidra gira en cada vuelta
y
siento el deterioro por dentro
mientras
fuera repica el crujido del paso ajeno en las baldosas.
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