En
las calles de farolas
jamás
se oyó
un
roce mínimo de alamedas.
Se
pasea el asfalto sin cadena
ni
ataduras sobre la alfombra/
Pies
esclavos,
Vía
Apis, camino de moliendas.
Demolidos
pedestres
en
la huella de la senda.
La
senda
es
sombra de gemidos
ahí
camina la hacienda.
El
claustro vidrioso es la condena/
La
luna como el círculo
proyecta
canastos de mimbre
al
cordón de la vereda.
La
sangre explota sin estirpe
se
apagan luces del vínculo
en
avenidas desérticas/
Sólo
cartones
en
la alta iglesia del obispo
descienden
a la
torre
del ministro/
La
tarde trae prédicas
de
misa, caótica locura
en
el camino de la cornisa.
Antes
que entre el cura
entra
caliginosa brisa/
La
noche empolva
sus
mejillas.
se
derrumba
el
cemento y la broza
y
se pierden en difusas sombras
las
calles de luciérnagas.
No
hay verso ni prosa
que
las erija.
Apagón de almas nocturnas
en
opacas cruces de estrellas,
pérfida
melancolía
de
encriptación taciturna,
ceñido
el astil de la porra
con
certera puntería
el
mazazo reveló el pánico del cascajo
tronchando
las rígidas varillas
desgranaron
atómicos pedazos.
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