Longitud
de calle laminada con escamas pavorosas.
Bajo
ciegas luces desfallecen las farolas
cual
un pábilo que por siglos consumió su mecha.
La
nitidez se cubre de tinieblas, hollín de sombras
que
a todo espíritu golpean tus fantasmas,
cuando
se asienta la marca de la huella profunda
empino
el pié entre bruscas hojarascas secas,
tan
yermas como las hiedras venenosas
que
cuelgan en los flacos huesos de herrumbrosas pérgolas.
Alguna
falange herida pisa la misma piedra
y
espejas, virtual avío el retorno del coágulo en la herida.
En
cada espeluznante tramo el humo solicita
cerrar
el mínimo atisbo de luna que huérfana refulge.
Descorchas
frágiles botellas sin membrete
y
en la nada absoluta toses pestilencias oscuras.
Improvisas
catapultas rencorosas
con
restos de fracturado cemento.
Eriges
ásperos tabiques a mi paso sin salida
y
un ignoto cómplice transeúnte sobre tu lomo se magulla
al
topar tu escudo invisible.
En
este erebo de vacío tuerces las esquinas,
diagonales
en caos confluyen al mismo pasaje
donde
círculos de telarañas estrechan
tergiversados
laberintos donde el paso acelera
el
pulso temeroso de enfrentar al brutal minotauro.
Opacan
la visión bastidores de hilos negros.
Irrumpe
el tétrico silencio el chispeo imaginario del beso.
En
estas manos de vidrio se escurren morriñas
Cándidas
de cenizos y el tacto percibe el encuentro esperado.
Posterga
la cita este ámbito lobuno que persigue
a
dentelladas el deambular claro tras persianas umbrías.
Más
el tranco persiste en el pie que suda y ha de labrar nuevas arterias
que
draguen atajos que ocluyen arañas de brea.
Bajará
la lluvia gruesas gotas purificadoras
y
tu pequeño mudo hostil será un amplio boulevard de alamedas.
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