Pulpa,
estambre,
magnitud de tierra que
todo lo abarca,
transparente línea de
luceros,
ocal tierno de mis
requiebros.
Eres la delgadez del
alambre,
la amplitud desnuda de
nave amplia.
Fragmentada uva,
hollejo de breva dulce
como la roja carne de mi
tesoro/
En esos templos de oro
eres columnas de dioses.
Te vistes de láminas
claras
cual lunas perfumadas
que en las hojas de
otoño
trabajan tus
multifacéticas voces
y los canales de tus
aguaceros.
Grano salvaje,
en melaza
te extiendes por mi boca
con
garras félidas de
panteras en celo.
Planeta de mis ojos,
constelación de signos,
por las noches vislumbro
el cuerpo de la osa
polar
sublimando tu sangre
con el negro telón del
cielo
dibuja cruces de brillo/
Somos banderas de puentes
extendidos en nuevas
islas,
cellos en llamas,
oboes de dulce fuego.
Labios de copa que arden
en brazos de azules
etéreos.
Aldea de viento,
el encanto de mis
duendes
se apelmaza en la
lección de tus labios.
Laboriosa flor,
Nívea cabellera,
filamento azabache,
las intensas sombras
de foresta tiñen su
oscura performance.
Somos secuestro del
rocío,
flor trajinada del día,
fragua de espadas,
metales de zapas en el
surco
que germina y crece
hasta ser una mano
gigantesca
en desvestida
turbulencia
de enérgicas usinas que
en el dique acumulan
fuerza de río/
Llevamos el registro del
agua
con los derechos que
otorgan
nuestros besos de uva
clara,
en laudes dulces que se
aclaman/
Estática patria,
soy el hijo de tu
destino
en la bandera que flamea
con aroma a trementina y
sueltas al aire
fragmentos de pino.
Hebras de verde pelo que
al fuego reclaman
besos espejados
macerados sin palabras/
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