El sol murió en sus pestañas,
cayó rodando
entre la fila del fuego,
de tanto robar a la vida y no dar nada a cambio
resquebrajó sus uñas de esmalte,
afán de su propio arte.
Maquillaba sus asaros
con perfumadas rosas y la oquedad solitaria
la halló llorando gotas de nada.
Se fue en una apagada mañana
sin más visitas que sus reflejos.
Se enterró en deseos sin nombres
con un corazón lleno de agujeros.
Como una momia fagocitada.
No hubo honores.
Se derrumbaron sus pechos
de plástico antes de entrar
al rectángulo de los osarios.
Había muerto el sol
salpicando la
cresta de sus veranos.
En la forma de la
luna dejó cenizas en el lecho
mudo entre la
penumbra sin vértigo.
Con las aristas
clavadas de la astilla,
los horrores de la
sangre disueltos
en espejos de
rostros sin mote/
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