Viví como un
prosélito
husmeando rosadas
faldas,
muelles gastados de
marcha,
devoré lunas con ojos
de opio abierto,
bebí aguas y licores
en estanques florecientes,
Tulipanes deshojados
bajo cielos de escarcha.
Perdí miles de soles
centelleantes,
cálidas mañanas,
conversación de
amantes.
La fría soledad me
encerró en sus muros
de inertes magnolias,
Así me encontraba con
la postura de su abrazo.
Llegaba de islotes
lejanos, de istmos vegetales.
Ahí la llamé mi
reina.
Pero el corazón viró en el misterio del agua,
los puertos del aire ahogaron
peces y el vacio estalló en las acequias.
El pesar talló mis bosques y en
el relato de la nada
me hallé diluido de alma,
titubeante al trecho de una mujer mirando
tiernamente el corazón rajado.
La vida iba germinando
nuevos huertos y jardines desmemoriados.
Entre hebras de fuego su intento
ornamentaba la falacia con rosáceas manos.
Su boca era suspiro de viento, plena lentejuelas de labios
brillaba como corona de cometas peinados
y en la fluidez del pelo lacio hallé briznas áureas
flotando pétalos con sueño de vástago.
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