Ella
maquilla sus afanes
frente
al resplandor del espejo.
Hay
una empatia que no comprendo,
vagando
entre el tiempo real y sus vanidades.
Ella
se desviste con matemática sin brío
en
su egolatría se apega al vidrio.
Oculta
su tristeza con risa de entelequia,
le
queda un resplandor vano de desierta acequia.
Acumula
en desangre los seductores
muertos
que cuenta y
la
memoria frágil de su cuerpo se desmiembra.
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