Nos
cobijaban amor dulces colgajos
de
uvas enracimadas,
suspendidas
en hebras de nubes
una
tibia estrella de caña
nos
bañó de azucares.
Bajaba
melaza a tu cuello
instalándose
en ritmo yugular.
Entramos
al cesto del sol
nuestros
cuerpos de reflejo.
La
vida estallaba en camino gutural
descongelando
gélidos témpanos del mar.
El
deseo es espuma
que
parte como un rayo
en
dos mitades al tronco arbóreo
desde
el amor en la cuna.
En
los tórridos huertos
somos
manojo de laureles en huracán.
Larga
tempestad del vino,
en
turbulencia de instinto volamos
y
lentamente madrugan las manos.
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