El ñandubay viejo
partido en decenios,
espera el ocaso
en manos de un leñador.
Su mitad es muerta
naturaleza.
Su orgullo el renacer
en cada lluvia de enero.
Aun su piel el ansía de
lucir verdes brazos/
No le teme al hacha,
solo al abatir de la espera.
Antes de morír al yugo del
hachero
o ser madero de calor en
leño de hogar
o pútrido mástil de campo
o rueda de carreta olvidada.
Fortalece sus entrañas,
se hace duro antes de ceder
al espanto.
La aridez lo arruga.
Está sediento de río.
No implora ni canta
alabanzas.
Su madera noble es corazón
de esperanza.
Aguarda de pie,
con altivez y orgullo.
La frente mirando a la vida.
Sus ojos apuntan al cielo
sin plegaria de credo,
que otro rocío de enero lo moje
y otro milagro renazca.
Ramas a los aires y respira,
con los pulmones verdes de
esperanza.
Barre su moho de herrumbre,
asoma un retoño y clama al
aire.
que renazcan nuevos hombros
y
derramen sus brazos
expandidos
la original imagen del alto
vegetal,
amaneciendo con los mástiles
libres
y la cobija que abrace la
nidada
de los pájaros huéspedes del
aire/
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