El mar trasvasa
la frontera de la
playa
en toda la
extensión que abarca,
inclina a tus pies
un beso
que traía en sus
columnas de espuma
sopladas por el
viento.
No se contiene,
se sale de si mismo…
Te envuelve en hoja
de fresno,
te liba como dos
rojos cerezos y
con el burbujeo
arma su saliva
en siete telarañas
que te visten
de azules
filigranas.
Romántico y febril
humedece tus
regiones,
golpea su colosal
pecho y
sobre el eco repite
tu nombre.
Pero su blanca
barba sabia
reconoce tu temblor
en mi voz de ráfaga
que te amaina
como la mies del
trigo acopiado.
Conoce el milagro
de tu nombre,
la pleamar ha
rumoreado
que tu sangre lleva
un hombre
de carne y hueso
encarnado
que abatirá su
arremetida
hasta que su lengua
claudique en retirada
y se enrosque entre viejas anclas,
porque el agua del amor no sabe de fatiga
y mi fortaleza de aguerrida escuadra
forcejeará contra su duro murallón
bajo un cielo de negro obstáculo
hasta que ruede la luna
al pórtico del crepúsculo
y deje mi beso sobre tu piel sentado
como habitante de tu sombra nocturna.
Pulpa carnal que roza mis zonas diminutas.
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