La
luna cedía rosas
henchidas
de
estrellas,
a
la sed de la boca
nocturnos
aromas
de
espíritu silvestre.
El
jardín con sus rocas
fundía
ventanas
y
sobre el vientre
mi
amada trigueña,
era
corola reina
de
las pistilos.
Al
silencio de centellas
crisol
de oros verdes
derretía
azahares erguidos,
áureos
brillantes aleados
en
los cabellos lacios
develaban
huellas
de
mis dígitos encelados.
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