Soy el hijo paria del cosmos atrapado
en la nebulosa red
de la cotidiana mediocridad.
El loco temperamental para los pálidos.
Sentimental y turbulento como la sangre
revuelta en mis arterias.
No miro de la altura a la gente pero mis rodillas no se doblan/
Tengo las palmas gastadas del pasado.
Mi purismo algo impúdico,
la lealtad es el himno de mi corazón
y mi lengua no va mas allá del limite que le
concierne.
¿Y del presente?... Siempre van a
juzgar sin argumento.
Si alguien pone en la balanza un peso
equivalente a mi honor
acepto el desafío,
Aquí está mi guante inmaculado
sin mas testigo que mi palabra.
Sin democracia no acepto nada,
si me tiran con balas respondo con
cañones.
Juro que aún mi piel de instinto cede,
doy por cierto el apetito de la carne.
Se agotaron mis piedras pecaminosas
hostigando
mis libres pecados
y no hallo ni una roca desmenuzada en
arena que condone
mis pecados,
ni el bronce de la balanza para juzgar
en dictamen errores nimios de vidas congéneres.
Si me sumerjo por dentro no soy carne
de oferta,
todavía hay templos blancos pintados en
mi alma.
Mis piernas de calle caminan siempre
para adelante,
con locura de ganado estrafalario al
sonido del disparo.
Me crié en el barro entre las aceras y
en sus códigos fui educado.
Tropecé en el caos de las avenidas
y más de una vez sin piedad me revolcó
la vida/
Aun en mis arcaicos espejos andan
imágenes
de mil rostros que he cambiado.
Me evado de los conciertos, teatros,
auditorios, cubículos cerrados,
conclaves y concilios,
me estimula el hábitat misterioso
que impera en el silencio cautivante
del Valle de la Luna.
Me cautivan épicas de fábulas verdes,
historias de claveles,
Mi pobre reino es la mínima región de
un poema,
letras que batallan férreas como libres
herraduras
cabalgando repiques de alados corceles
nómades.
Me incitan los asientos de inopes
ágoras
y no los desvanes de opulentas
construcciones/
Aun llueven cristales en mis
ánforas,
no comparto ni una gota con
glaciales ecuaciones.
Arrastro transgresiones que suelto
en cada pisada
y ni un exiguo quejido liberan los
dolores
porque mis piernas conservan la voz
altiva de los ideales.
Mis tercas rodillas no aprendieron a
doblarse
ni mi lengua a pedir clemencia/
Ni en la cama de los muertos,
ni en el sepulcro de los vivos
ambulantes/
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