Te amo en el
vibrar
silencioso
del abanico
entre el
sigilo de las ramas caucas.
Algo de la
verde foresta
te implantó
acuarelas
de pinos y
bajo mis pies
recogí hojas
de estío.
Te amo en tu
país de sombras
o de
grillos,
en el giro
de tu boca
repartiendo
felicidad en gritos.
Te amo al límite
del dolor profundo,
en la comunión
de las aves amarillas
perpetuadas
en el cielo.
En la
castidad de tus manos
doblando
girasoles,
en los
campos de agua magna
donde aclaré
la inútil vergüenza
de extraviarme
en tu propio pelo.
Con sales de
olas amo
tu piel de
salvaje begonia
hasta las
espinas que lleva tu espalda,
y en el
dominio de tu boca
ensanchada
de plata
desde los
crepúsculos
hasta los
ocasos,
donde el
misterio del viento
hincha sus
rosados pómulos y
sopla
horizontal la nave
de dos velas
jalonadas.
Del tiempo
que la música
se enamoro
del sonido
y nació el
hijo digno que llamaron canto.
Te amo aun
en los muros de la fusilaría
donde la
palabra es un rumor mudo.
De mi dolor
que se esfumina
mientras
remiendas mis pantalones
con manos
artesanales.
Tienes la
formula exacta para llegar a mis talones
y soplar
hasta mi cuello vuelo de libres mariposas.
¡Amo!
Ningún pie
amé antes que tu paso.
en las décadas
que frecuentaba los puertos,
hoy abandone
viejos retratos
desde que
llegaste con tus mareas.
Te sigo con
marcha leal tras las fronteras
hasta el
espacio que crió tu cabellera.
Juntos
tallamos viejos maderos resucitados
renovando
fuerza en nuestras venas.
Bajo un
cielo azul compañera,
las trenzas
de la lluvia
guardaron
tus lágrimas en el libro de la tierra
y en el árbol
de la memoria
plantado en
nuestro jardín diamantes,
donde brilla
tu sombra.
Cincelé un
trozo de viva madera
con la
fuerza de mis manos,
grabando tu
nombre
en la
suavidad que habita tu alma.
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