El brillo ya no anda
tras las filas del colectivo.
La araña postrada en el camino
perdió su hilo de horrores y
la presente rata citadina
anda de la mano con su enemigo.
En el tren antes humano
viajan corbatas,
faldas ajadas,
tribus febriles aguerridas y
en los rieles indolentes
no cae ni una lagrima,
ni un sudor conurbano amigo.
La sociedad se ama con romanticismo
cretino
y mancha la entereza del Buenos Aires
querido.
El taxi hace su parada de mano con
racana lupa,
busca el idioma extraño que suena a
monárquica Calcuta.
Los hermanos del abasto sueltan su mano
al patíbulo de las cebras blancas
recostadas al asfalto.
Dios ha perdido su escrutinio
en los confusos semáforos.
En una pagoda se halló una cruz,
en una iglesia un icono.
la sinagoga perturbada
abrió el portal a un Otomano y
y la intolerante fila del colectivo,
apostó prioridad en la mordida
del canino,
sin importar ni Alá, Jehová ni el
Satanismo,
si iban delante de los caminos
sentados al primer cubículo de
importantes
o en el furgón eruptivo de los
mortales,
donde el veneno del periódico en comida
transforma la estadística veraz en mentirosa
pesadilla.
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