Dos cuerpos nacidos para amarse
Se hallan en medio del vapor jadeante.
Suda humo el incienso en los poros,
a veces son raíz entrelazada,
sed de
arena desértica.
Las manos habilitan la exploración del
tegumento
y cara a cara un palpitar de ojos
late iridiscencia de parpados.
Al sublime momento se hacen noche de rayo,
olas de piernas subiendo enredaderas de
verano
hasta chocar las ingles,
hojas primaverales elevándose como astros.
Un plano de manzanos son los pechos en testimonio.
En juego elástico con digitales dagas
van desojando trajes del otoño,
gélidos vidrios entran al círculo del estío.
Bajo un cielo desnudo precipitado al vacio
las manos patentes de parral trabajado
germinan nuevos picos de uvas en rojos labios.
Establecido el orden del rocío volcánico
se impone al tiempo pausado del clímax.
Dos cuerpos nacidos para amarse
tienen lentitud de piedra, sosiego de
brisa,
El calor supera la fría escarcha
y témpanos derretidos al tálamo.
El fogaje de sus llanos es remolino
de trópico destemplando vergeles de templos.
El aire se hace atabal repercutiendo
el compas sonoro de dos cuerpos
hijos de un mismo trueno.
el gemir amerita glorificación en dos
cuerpos extasiados.
Dos cuerpos nacidos para amarse
se acarician como palmeras de oasis calmo.
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