Nada te costó enredar
los frutos a los hechos
de tu cuerpo cenizo,
ni enumerar las ramas
con testimonios del rocío.
Satisfacer mis tallos
enmarañados con manos crepitantes
de bríos en el surco del
agua en cauce
donde florecían tus
huellas dactilares.
Desde altas torres con
silabas de tierra y sangre,
te erigiste en la
conversión de la piedra,
mientras el verde de
palmeras migraba a tus labios
de savia nutriente/
Pacifico descenso en
cataratas
de mojadas verbenas sobre
meandros del río.
Paciencia de signos
cultivó el follaje.
Exprimidas hojas con
elixir peregrinaban a mi boca
hasta colmarla de
sustancia
con un beso que bajo del
cielo colgado
en alas de colibríes
zumbantes.
Me poblaste con zumos de
cerezo enamorado,
soltando relámpagos con
señas de trigos dorados
y cien leguas de raíces
arbóreas.
Nada te costó arrastras
en tus pies vibrantes
el paso de mil leonas
con ojos de pantera hambrienta,
te acompañaban lamiendo
el frescor fogoso
de claveles estallando
en mis poros
y entre plantíos de
alineadas higueras
transparencia dulce de
brevas
ablandabas este corazón
de piedra.
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