Tengo negros los ojos y la
risa oxidada
de tanta tiranía disfrazada
con balas y espejos.
Mi piel reseca de espanto y
los oídos llagados de
discursos,
que huyen al pueblo de su canto.
El ombligo me rebasa el
pecho si dicen rosas y hablan de espinas
Los pedidos van a la
letrina, lo urgente rebota contra el techo.
Los pies se ciñen enjutos y
la cadera bambolea al viento,
la bandera flamea el incierto,
de los regentes de
escritorio.
No los manda el amo de los
infiernos
ni la boca de hidra con
serpientes
Son opulentos, soberbios y
perfumados malolientes.
Padecen anemia de popular consentimiento y
avaricia compulsiva
pestilente.
¡
BASTA ¡
Me aira la aurora que no
asoma tras el cenit,
el rasurado esmalte dental
de la mísera pobreza,
la lagrima seca de niños sin
pan,
los jóvenes ebrios al borde
del osario suicida,
las aulas amputadas de
pupitres,
los cabellos blancos de la
cola en la burocracia equina,
la salud colgando de una
gasa usada y
sueros plenos de agua
anegada.
Nauseas me da el plagio
repetido del himno sinfín..
Quien hará del mundo una
patria de corazones
al paso infrenable del
devenir.
Si la rutina de la vida
paria es lenguaje sin dones,
historia sin moraleja.
La razón se hizo esclava de
un falso notario y
las emociones enclaustradas
en las fauces de un
carnívoro verdugo.
El peso del hombre encorva
la espalda de la tierra.
Socava los frutos del
vientre profundo del mundo.
Trepana el universo de
estrellas y hace estéril lo fecundo.
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