Amada...
Tus huecos son inmensidades,
praderas de extendidos alerces
donde el temprano durazno
decide el destino del desangre en tu boca/
Cae en tus labios de dulce fresno
llevando tus bordes al limite del rojo.
Cuando el viento entra
su revés de invierno/
Impregna tus huesos y
al ardor de mis veranos desiertos
calman tus aceras de pierna.
Abre el ave su vuelo de ascenso
a la redonda cima de tus montes cerezos/
Los cerros cobran vida en tus cúspides coronadas,
laureles triunfantes resuenan tus himnos/
Y el carmesí,
reconocido hijo fruto de la vid/
Lleva en la mano la bandera del cerezo y
las calles del fuego rondan tu frente.
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