Tus besos y tus voces.
Tus caricias y tus dioses.
Tus eléctricos muslos de
usina.
Tu signo madurando en el
espejo,
Mi tinta de islas
embebida en aguas de tu pecho,
donde nado con náutico reflejo.
la profundidad guarda marcas
de tu leyenda
en las runas que la nova bajó
en tu escritura.
El cielo no equipó ningún
aguacero
que inunde nuestros
archipiélagos,
ni nuestra hora de fiesta,
ni los frutos, ni los
sembrados huertos.
Con brutal fuerza encarcelaré
las espinas
sobre la torre de la tormenta
y la dilatación del húmedo
ladrillo,
enterraré en las cuevas
un manantial de reflejado
arroyo.
En la altura infatigable de
la montaña,
reclamaré al clavel del aire
conservar tu aroma silvestre.
Amada,
yo instalé mi sudor en tus poros y
cuando la noche resaltó tus
pestañas
perdí las estrellas bajo tus
parpados.
Me envolvió la seda iluminada
en tus palmas de mañana
cuando curabas mis heridas.
Así supe que de las tinieblas
me rescataron los dioses
que duermen en tu vientre
bruñido.
Del inicio del fuego ya te amaba.
de mis pies nómades y mis
sienes
urgentes mirando sobre el
horizonte.
Tú traías labios de vírgenes
rosas
y se fueron con rojos
violados.
Fue lo agreste de la foresta,
cuando despertaste bajo el árbol
de hadas,
cargada de alas y sustancia
en tus lados
hasta la fatiga de mis labios.
En tus largas piernas comenzó
el roce de los leños,
hasta los inviernos con
plataforma
de hielo explotaron sus
volcanes.
Un verano continuó
con el hijo prodigo de otoño.
De hojas quebradas,
de amarillentos papeles
girando en las aspas del
viento,
bajo los poderes del cielo
desbordaron los jugos de las
viñas
y girasoles de ciega mirada
sentían la acción
cuando mi incliné a tu reino
entre medio de la nada y la pradera.
Invadí el imperio de tus
campos,
a rogar a tus dioses el
mandato de tu caricia
y que en mi boca pusieran
eternamente tus besos.
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