Herencia
de espiga florecida,
dorada
como sol al alba.
Negra
melaza en tu piel de tierra,
distribuiste
el halago de mis adjetivos
en
todo tu cuerpo sustantivo.
Reposaste
tus laderas en la pilosa
almohada
de mi pecho
mientras
en los ribetes del cuello
bebías
con ansias sangre de breva.
Entre
tus muslos de espadas
hallé
tu pubis de rizados tortolos,
al
hueco de tu ombligo
le
plegué saliva de encías dulces
enjambre
urdido de mosto y
al
envés de tu pecho,
en
esa espalda de horizonte amplio
dejé
las sales de olas marinas
encerradas
en los puños de mi infancia/
A
tu pubis le heredé las ultimas lagrimas y
las
flores que en tu infante desabrigo
habían
florecido mínimas de pistilos.
En
el camino al eco de tu cuello
un
hada de estío arpegiaba liras.
Escuché
el reverdecer de tu voz
bajo
el hueco de tu mentón,
el
alimento del trigo esparcido con libertad
mordiendo
cada grano cual si fuese tu carne/
Te
bebí la sangre como ese ancestral cáliz divino.
Precipitado
ya era en tu embeleso,
cayendo
en regreso a tu azul pubertad/
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