Recuerdo el racimo
de la uva
como una acústica
castañuela
de luceros que
cantaban en tu risa.
Risa perlada en
esfera de lentejuelas
recorriendo el círculo
de tu cintura
flexible contorno
al compás de la brisa.
Esos astrales que
brillan tiernamente
son resplandor de
tu escultura,
bálsamo de mis
heridas clementes
paños solariegos,
historia de tu cultura.
Son brillos que
invitan mi mirada
que no se apaga al
golpe de la esquirla.
Están en cada claro
de luna mimada
con la permanencia
celeste en las esquinas.
Ahí están en
evidencia mis labios derroteros
como ofrenda de
lana esquilada sin trámite presuntuoso,
desde esta pluma
que vuela y gira sin dudas
le escribo a tus
labios mi cántico primero.
Hija de la sangre
tienes venas que no se doblan,
matices de tu piel
luciente como aurora.
En la profunda
tierra de los siglos somos raja de surco
ungidos bajo el
celeste habitáculo del cielo
que no sabe de
calamidades ni aguaceros.
Somos charca de
aguas húmedas,
brújula de
sentimientos que no se esconden,
vasto horizonte de
nobles ancestros,
cobijadas silabas
de almohada en el cabestro.
Ampliado mirar son
tus anchas caderas de
infinitas ranas
croando enamoradas
sobre tu piel de
fino crisantemo fuego.
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