Entre las rajas
del frio
ha muerto mi Marisa.
La de los ojos
ávidos,
luna desbocada,
crujiente mirar
de relámpago.
Entraba en mi
noche terrestre.
Sus senos eran
tibios,
tesoro de su
pecho,
migrante república
de ascuas.
Se fue
entre mis brazos,
con sus pómulos
candentes
cuando todo era construcción.
Tuvo una vida de
batallas…
Nana de niños,
Arrasador cepillo
de lejías en pisos partidos.
Sus húmedas manos
resquebrajadas
en la tela del jabón
exprimido.
Para mi eran transparencia
de lisura,
roce enaltecido
de badanas.
Mis lacrimales no
cesan su catarata de fluidos.
Cristales de agua
y espanto por haberla amado tanto.
Aun recuerdo esas
noches laboriosas
donde vendía por
papeles su cuerpo,
rondan mi memoria
sus relatos
de cuando su
corazón vagaba entre sombras.
Mas sus dones
eran mis bienes sublimados
por las caricias
que me había prodigado.
Solía dormirse en
el nidal de mi pecho calmo.
Reposando su
fatigas de anticuario.
Repercuto su voz
sostenida
para no
desfallecer con sus gravedades.
Ha partido mi Marisa.
Mi dulce niña, mi
nupcial mujer afable.
Incorporé tan
profundo sus cauces
que aun dibujo
sus paisajes.
Se ha ido con una
risa,
como el polvo fértil
donde se siembra,
su corazón que en
mi memoria palpita.
Volverá en espiga
con doradas trigales
a besar mis
labios dormidos en su boca/
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