La
noche azul se sentó sobre mis hombros/
Las
nubes se habían ido con aforismo,
en
plenilunio de arteria roja sangró la luna
perdiendo
su forma/
El
viento agitó el trigo nocturno
y
la brisa invernal se enardeció en este horizonte
de
planicies desérticas/.
Tras
la plaga de isocas vegetarianas
el
invierno glaciar había embalsamado las rocas,
mis
urdidos ropajes llevaban cicatrices de sombras
y
de tantas costuras eran más hilo que tela/
Así
me encaminé en la senda del alfarero…
Tan
lejos de la arquitectura edilicia como
de
los fríos e inútiles metales de las molinos.
Conocía
los rincones del cemento ladino,
la
imagen solitaria donde el abrazo culmina
y
los portones sepias sin aldabas/
Donde
las manos no se estrechan,
los
brazos penden cual rígidas pilastras...
Desarmé
los cerrojos de este inhóspito universo
buscando
la paz del esquilador
y
la fórmula del talabartero/
Aquí
hay un combate de carnívoras hormigas
que
con espanto se apedrean con la tosca.
como
en esas breves bocas ocupadas de yeso,
abrigándome
en olas oceánicas
más
amplias que las tierras de este mundo
que
semeja un cuartel de hospital/.
Así
vi la brusca soledad de mi amada
atrapada
en este páramo atroz.
Busco
su silencio entre caóticas voces
y
su pelo de viento que derrota al pavor/
Desde
esas ventanas que bostezaron,
pórticos
que no cerraron sus alas
veo
su huella de barro hornero,
cueva
y nido de siempre amados,
amplio
velo de estrellas, desde el vórtice
interno
de tus ráfagas
la
medianoche se recuesta a tu lado
y
acerca un beso profundo al matiz carnal de mis labios/
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