Un rostro gira cada
mañana
en hábito de inútil
rodilla.
Desteje su
memoria
el hilo negro de su
propia sombra,
su cara no halla al
espejo la mirada
y su pecho traspasa la
espalda.
Quién tuvo el brillo
radiante del oro,
la del ciego corazón
que no pudo ver nada.
Huérfana quedó de
labios y sonrisas,
las ventanas abiertas
de espera oblicua
legaron su corvo
dorso,
el frio congeló antiguas
mejillas rosas.
La cama poderosa abrió
su boca
y extraviada la atrapó
el abismo de su propio lodo.
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