Enfrento
al rival desconocido.
Las
piezas en el tablero
me
retan al desvelo
pulsante
cognitivo del contrincante que perfilo.
Quizás
enfrentar la refracción de mi mismo
que
puja por soltar sus aguaceros.
Estático
silencio en el recinto.
Vetado
el humo en la partida,
interrogante
enigmático y difuso,
el
seglar aposenta su dama profana
y
en el regreso
proyecta
un jaque anticipado,
denigra
mis tiempos sudados
que
cercena las experiencias de mis torneos
cuando
me sobrepasan los minutos
intrigantes
de la salida.
Desconocer
de mis caminos
dirección
errónea de objetivos.
Mi
sosias dispara con misiles envueltas en ojivas urdidas
en
esta partida meandros de aludes voltean
al rey
en
su equilibrio inestable.
Mi
honor queda en el desván
del
tablero y yo me hundo en los escaques.
Educándome
en la vida o el juego
aprendo
que la Dama tras los telones sobresale e impera
y
yo, incógnito delfín sin desmán
comprendo
que soy un delfín sin desmán
sumido
a las ordenes de la reina y sus tácticas hábiles
de
comandante.
Así
en el ajedrez como en la vida
siempre es la dama quien impera.
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