En el hueco de un pañuelo
yace un prieto beso partido
con una fresca lágrima de adiós,
un dejo a despedida amarga.
Desde altas torres celestes broncíneos
repican tristes campanarios
y so el horizonte árido
tornan cauces de salitre pesado.
Lejos llora la lluvia su austral corona
de lacrimal angustia, bruño racimo
enredado.
Ella fue una quimera hirsuta de mármol
disperso
mitad de sueños platinados la lámpara
helada.
Humareda de incienso la red oscura de la
granada
evanescencia demolida, fugaz encanto,
precipicio férreo
Acrecentada congoja, ruge el león
guerrero por su herida,
desnudo se va desgranando como elote el
mancebo.
Fue la norma rígida de alto trono en
caída
Un abano de dígitos en vaga despedida
Ella era un cañaveral de bambúes rocosos
Galopaba el lomo de tinieblas la flor
del fósforo
Se estrelló contra la abadía de los
monjes
y cayó en planicie de mínima música
como una luna de agujeros negros y
resortes.
Partió una noche de mustios astros la
marchita frescura.
En su delirio la óptica mística de
entidad bizarra,
eran sus labios una línea de tiza
demacrada
tenor que el amante miraba con velo
enamorado,
herencia marcada de acibares la huella
del fango.
Solo quedó el triste solitario,
maullando como gato rabioso
en las canaletas de los tejados devastó
los sueños dorados
invadido por claroscuros tenía dos púas
en sus costados
y en su lengua un paladeo acido.
Fue el eco del adiós imágen sepia del
retrato
que el viento esfuminó en cenizas,
con hilos pavesas, muertos pájaros tejían
fragmentos del pañuelo usado.
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