De
la espalda del tronco escondido
y
sus brazos de sombra,
lentamente
fuiste haciendo su opimo fruto.
Nada
te costó nutrir su savia
con
la sangre aglomerada de tu beso.
Ni
te costó
extraer
de sus raíces
una
flor flagrante de aromas.
En
las hojas anduvieron tus ojos
otorgando
el calor y la dulzura,
conservó
el denso su follaje
con
los signos de tu mano de sustancia.
Tu
acercaste el rocío a la hoja
como
un mana trepando de la greda
y
llenaste de moles acuosas mi boca,
como
si tus labios no dejaran
los
míos agrietarse en calma.
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