Manchadas los dedos de zarza
volvía de su paso la muchacha,
cada mañana despertaba
sorprendida con lo vastedad del monte,
y volvía con su paso bajando lo quebrada.
Era el brazo tostado su lecho nocturno,
la copa del vino
el rocío interno
del espíritu
En las ásperas gargantas
tocaba el siku la soñadora,
se tumbaban los campanarios
para el lado de su morada.
Sola con su
familia vivía la hortelana
y solo con su compañía
le bastaba.
Mateaba todas las
mañanas
en su ritual
sacro,
bajo la sombra de
habladores alerces,
convivían en
cercanía un pequeño lago
que traía sonar
de peces
y cantando amanecían
los rojizos gallos.
Cuando los dedos
le decían al mate vasta
bajaban del cerro
en escalera
arándanos
cultivados por los brazos del labriego.
Ella con afanosa virtud
y ade,ames elocuentes
revolvía hojas y
palos en el enroque del matear consensuado
reiniciando la
revuelta de la yerba y la aprobación gestual de algún soltero.
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