Traspasar el puente sobre el rio turbio,
puente hecho de piedras y aguas del tiempo.
En vigilia apropiarse de ensueños
y mojar los pies en el cauce desnudo.
Sentir el canto del agua donde nacen paraísos.
Raíces nocturnas de árboles con estelares pupilas,
palpar el cuerpo acuoso, formato de oro divino,
riadas y pedregales en solución continúa.
Ignorar que el paso es ultraje de pobre espejismo
donde los rostros pasan marcando huellas de sino.
Rio turbulento o de brisa serena, en la hora o en los siglos,
el rio es un símbolo de los días que el hombre salvaje
se colmaba de años, convirtiendo edades en evos infinitos.
Injuriar épicas escribiendo leyendas
con runas tristes como testigo.
Mirar la gruta de las manos tan sombrías de ocasos,
ser gota del agua finita, cristal de estrella lacrada
donde una cara mira desde el fondo del espejo
y no revela el último latido la faz que se contrae amarga
como un rio de acíbar que pasa por el cristal de uno mismo.
Saber que los puentes son extensión de caminos
que unen riberas antípodas, los ríos corren con sus cauces doblados,
prodigios de belleza son sus meandros,
sean rumores de ondas quebrándose o aguas de bautismo
donde el ojo del espacio mira desde la orilla de otro río.
De LLUEVE
EL VIENTO EN LOS TEJADOS- a publicarse julio 2019 - Ed. PALIBROS - N.YORK - EEUU
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