Andaba ya mi dolor
clavado
en la espina de mi
pena,
como el alma lacerada
de un esclavo
flagelado de azotes.
Congestionada la
sangre en mi vena
como un forajido tras
rígidos barrotes,
cuando se dió mi sed
a beber
bajo el pino que llovía
trementina.
Mi calzado plegó su
cordel
al pactar libertad mi
paso con la vida.
Tras la hierba espesa
de maleza
se escondía la solución de mi hambruna,
un cultivo de
abonadas brezas
que mis dientes
no mordían del tiempo
de la cuna.
Pedí a la tierra que
grabara mi huella,
porque ahí, tierra
mía,
ahí donde duele la
ausencia,
se hiere con púas el
alma.
Reclamé un alma bella
a una saeta de
flechas
clavando el corazón,
que por las noches de
olvido se desangra.
En la vasta distancia
que te extraño
dejé un jazmín en tus
manos
y en el marco de tus
labios un beso sentado.
Se dieron mis ojos su
capricho a dormir
bajo el amplio
paraguas de luna nueva.
Mi pecho instaló la
esperanza de vivir,
y que el alba trajera
una mano de mujer
en el centímetro
indivisible de la legua,
disipando la bruma
instalada del ayer.
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