Al darte la pureza de símbolos
celestes
tus labios rojos de invisible leña
abrazadora
se inclinaron a mi boca de áurea
nieve.
Eras la verbena azucarada
en la hóspita calma del ceñido
reducto.
Violáceos alhelíes en el círculo
de tus manos me abrazaban
y ceñiste tan fuerte tus anclas de
brillo
que el corazón hablaba en la
proximidad de tus ojos
y pude besarte con la mirada.
Cuando sobre mi frente grabaste el
vínculo
te torcías grácil abejorro,
con lenidad de algodón eras almohada de
seda,
arcilla alfarera sembrada hasta los
huesos
en el fresco aliento de mis
mañanas.
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